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Al mazo con veinticuatro

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MARTÍN AGUIRRE

Era previsible. Después de conmover a propios y extraños, de ocupar portadas en los medios del mundo, de haber recibido críticas feroces y elogios apabullantes, el Presidente anunció que "se va al mazo" con su propuesta de estatizar la producción y venta de marihuana. Esto debido a que solo un 24% de los uruguayos parecería compartirla. Más allá del hecho concreto, el episodio representa una parábola casi perfecta de lo que viene siendo la administración Mujica, en la cual se alternan ideas frescas, proyectos renovadores, a veces sensatos, con una sensación de improvisación general, de falta de rigor y hasta de consistencia, que conspiran contra los buenos resultados.

El escenario difícilmente podía ser más solemne. Tras días de expectativa comparecieron ante un país en vilo nada menos que tres ministros de Estado y el secretario de la Presidencia para anunciar un paquete de medidas bajo el ambicioso título de "Estrategia por la vida y la convivencia". El Dr. Breccia abrió el fuego y con gesto incómodo dio una explicación general de las medidas, las cuales ya entonces advirtió no serían comprendidas por el país. Siguió Bonomi, que ahí mismo discrepó con Breccia, y anunció propuestas destinadas a hacer una "acupuntura urbana" para enfrentar la inseguridad. Luego el ministro Olesker, para no perder su costumbre, culpó a las supuestas reformas neoliberales de los 90 por los problemas de convivencia actuales. Y para cerrar la ronda, el ministro Fernández Huidobro, tras un breve introito señalando los terribles efectos del alcohol, se lanzó a explicar la idea más removedora del paquete; la estatización de la producción y venta de marihuana.

La propuesta no pecaba de modestia. El Estado uruguayo pasaría a plantar y distribuir la droga, creando un registro de consumidores a los que se adjudicaría una cantidad limitada del producto mensual. Además la legalización del "porro" pasaría a ser emblema de la política exterior uruguaya.

Como era previsible, la noticia conmovió al mundo. Desde el Washington Post hasta El Mundo de España comentaron el proyecto. Intelectuales de la talla de Mario Vargas Llosa elogiaron la valentía del gobierno. Y a nivel local la reacción fue igual de fuerte. En un país cuya mayor pasión es discutir livianamente sobre cualquier tema, la idea oficial generó un terremoto. Durante días los medios debatieron sobre el punto, hablaron médicos, "expertos" en adicciones, consultores internacionales, políticos. El Uruguay entero se convirtió en un gran "boliche" donde todo el mundo parecía tener algo trascendente para decir sobre un proyecto aún inexistente, y que dejaba enormes dudas sobre su implementación y sus consecuencias internacionales para el país.

Esta deriva en la discusión generó algunas dudas notorias;

1. El eje del debate pasó a ser si la marihuana es buena o mala para la salud. Ahora bien ¿estamos ante un tema médico o jurídico? Porque ni el usuario más fervoroso estaría dispuesto a afirmar que consumir marihuana es saludable. La cuestión más bien parece ser si el Estado, y más precisamente el derecho penal, tienen injerencia para sancionar una acción privada como es el uso o cultivo de marihuana para uso personal, cuando ello no afecta a terceros. De hecho en Uruguay el consumo está exento de pena (a diferencia de Argentina, por ejemplo) y no porque nuestros codificadores creyeran que era buena para la salud.

2. Mientras que en el Parlamento hay desde hace años dos proyectos para despenalizar el cultivo (hoy considerado agravante) que no logran consenso, el gobierno se lanzó a una solución muchísimo más ambiciosa, como que el Estado produzca y venda industrialmente una droga ilegal en el resto del mundo. Huidobro dijo además estar en contra de una solución mucho más moderada, como legalizar el autocultivo.

3. El planteo habla de "reducción de daños" y de que la legalización de la marihuana sería un arma clave para luchar contra la pasta base. A nivel técnico parece estar claro que no hay una sola evidencia que apoye esa idea. Se trata de dos sustancias totalmente diferentes, una un estimulante, la otra sedante, con efectos antagónicos y casi incompatibles. ¿Alguien puede pensar con realismo que un "pastabasero" va a dejar su vicio por tener mayor acceso a la marihuana? ¿O que un consumidor de esta última va a pasarse a la pasta base por escasez de "porro"?

En los tiempos que corren parece evidente que ni la población ni el saturado sistema carcelario admiten que quien que posea marihuana deba ir solo por eso a prisión. Pero la respuesta oficial, desde la primera diferencia entre Breccia y Bonomi al explicar el proyecto, dejó en claro que se trata de algo apresurado, sin el debido estudio previo, y que ni siquiera tenía apoyo suficiente en el partido de gobierno. De todas las ambiciosas medidas anunciadas, las únicas que han contado con un planteo concreto han sido la de control sobre los medios de comunicación y la de internación compulsiva de adictos. Y con las últimas palabras de Mujica, dando prácticamente por muerto el asunto, la sensación que deja todo este episodio está cada vez más lejos del incómodo orgullo inicial de ser protagonistas globales en un tema tan actual, para acercarse cada vez más al bochorno y a la vergüenza ajena.

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